jueves, 18 de marzo de 2010

Las razones de la incipiente recuperación

Copio y pego un poesteo del blog de Artemio López que tiene un interesante análisis de Julio Burdman sobre la incipiente recuperación de la imagen del gobierno.


Néstor se dobla pero no se rompe.


Publica este martes el diario La Nación, de Buenos Aires una información que no cayó nada bien entre sus lectores, en general votantes antikirchneristas, a juzgar por la explosión de malhumor en su foro de comentarios. Fernando Laborda, jefe de editoriales del diario, cuenta que accedió a encuestas que muestran un aumento en la imagen positiva de Néstor y Cristina Kirchner, quienes hoy tendrían 27 y 28% respectivamente, cuando dos meses atrás habían caído por debajo de los 20 puntos.

En los círculos políticos se venía anticipando este presunto giro de tendencia desde hace algunas semanas. Inicialmente se habló de que, como resultado de su operación de corazón que mantuvo en vilo al país, surgió una brisa de simpatía social hacia Kirchner, el denominado “efecto carótida”. También se especuló con un ablandamiento de la guerra entre el gobierno y Clarín, el principal grupo de medios de comunicación, que daría una tregua a la vapuleada reputación del jefe político del oficialismo. Pero son teorías débiles, sin demasiado respaldo.

Hay que buscar la explicación de la moderada recuperación kirchnerista en otros dos fenómenos: la mejora de las expectativas económicas de la población, y la superioridad política del oficialismo frente a la oposición en el sainete institucional de los últimos dos meses.

Laborda, en su nota, descree de la explicación económica tomando como indicador a la inflación. Argumenta con razón que las expectativas inflacionarias de la población son negativas. Pero allí no se agota la variable económica.

Otras encuestas, como el índice de confianza de la Universidad Di Tella, aseguran que tres de cada cuatro argentinos creen que en 2010 su economía personal estará igual o mejor que en el año anterior. Mientras tanto, la actividad económica se recuperó después de la recesión global y el gobierno nacional puso en marcha un amplio plan social de asignaciones familiares, entre otros, que inyectó dinero en el segmento más pobre. Si una de las causas principales de la altísima popularidad que hoy disfrutan presidentes y caudillos latinoamericanos es la economía, entonces los Kirchner no pueden estar totalmente al margen de ello.

Pero hay otra explicación posible, tal vez más poderosa que la anterior, de la primaverita K: tras meses y meses de cargar tintas sobre el lado obscuro de los Kirchner, en lo que va de 2010 la sociedad se está encargando de evaluar las miserias del antikirchnerismo. Mi hipótesis es que después del conflicto por las reservas y la presidencia del Banco Central, un sector menor de la opinión pública desilusionada con los K ha comenzado a pensar que los opositores pueden ser una alternativa peor.

La oposición se metió en un terreno espinoso, en un experimento nuevo en la democracia presidencialista argentina. Algo que nunca antes había intentado nadie: pasar de la crítica del oficialismo encarnado en la Presidencia, a la acción desde el control del Congreso. Pero la Argentina no está preparada para ello, ni cultural ni institucionalmente. En el modelo político argentino, el oficialismo gobierna y la oposición critica, hasta que gana las elecciones.

No cuenta, como en el parlamentarismo europeo, con suficientes recursos políticos para transformar el rumbo de un gobierno. Alfonsín en 1989 y De la Rúa en 2001 pidieron a la oposición peronista que se involucre en el gobierno, ofreciéndoles ministerios en el gabinete nacional. Los peronistas se negaron en ambas oportunidades: no quisieron tomar responsabilidades hasta no asumir plenamente el poder, cambio de gobierno mediante.

A principios de 2010, vimos a una oposición que, más allá de sus razones, quiso modificar la política fiscal del gobierno kirchnerista y cambiar a la Presidente del Banco Central. Probablemente como consecuencia de su fragmentación y falta de coordinación, está saltando al barro antes de tiempo. Está, ante los ojos de la población, asumiendo responsabilidades -y culpas potenciales- sin estar aun en condiciones de lograr resultados, ni de presentar metas gubernamentales. Es el peor de los mundos.

En mi opinión, la tarea de poner límites al Ejecutivo es fundamental para la oposición parlamentaria, pero sus aspiraciones deben ser más modestas. Lo retórico y lo simbólico aquí son más importantes que lo fáctico, porque Argentina no es un país parlamentarista. Si los opositores se entusiasman más de la cuenta con el nuevo poder que les brinda su mayoría artificial, se exponen a la erosión prematura de su capital político.

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